Al ocaso del otoño lloraba un gnomo, que anhelaba convertirse en viento, para salir de las rejas que aprisionaban a su piel. Las hojas se convertian en voces entonando canticos que la hierba hacia sonar como lamentos a la lluvia mojando la luna y su brillo eterno.
Al ocaso del otoño lloraba un gnomo, que buscaba entre su llanto un alivio, un remedio que borrara las fronteras de su mente. Con las huellas del rocio escribía entre suspiros poesia con la letra que sus dedos no debian ni tocar, y una criatura escuchó los versos que quemaban las brazas y se alzaban a la obscuridad.
A la entrada del invierno lloraba un gnomo, que quería que el frio de su piel fuera tan opaco como la realidad, y con sus ojos nublados vió la silueta de esa criatura que le hizo suspirar. Intentó alcanzarla con su mano, pero solo su voz se hizo notar, con un leve gruñido mas de pasión que de dolor, mas de rabia que de miedo, le dijo: ¡Velve, por favor!....
KRACHT.