martes, 26 de enero de 2010

Relato de mi muerte...

"...Encontrarás la energia indicada en el lugar que te vio nacer, no como humano, sino como algo mas..."

Y así fue, al llegar al lugar me vi rodeado de la naturaleza y de los recuerdos que algun dia me dieron un motivo de vida, todo era tal y como debía de ser, no como yo lo recordaba, pues mis recuerdos no toman formas diferentes con el tiempo, los recuerdos no se arrugan, no se secan, no les crecen nuevas ramas, ni comienzan a caminar diferente, simplemente son, simplemente están.

Pero yo debía llegar a un punto en especifico de ese lugar, un sitio preciso en donde mi llanto y mi risa se unieran perfectamente para formar una nueva figura, en donde mi respiración no se moviera con el viento. Y así fué, tomé mi posición ("... tu cuerpo debe encontrar una comodidad que nunca habria sentido y nunca volverá a sentir...") y comencé a buscar, a sentir esa energia, esa persona que tendria que matarme.

La muerte es hermosa en todo su ser, primero un camino pedregoso rodeado por bellas plantas, al final del camino una montaña con un tunel, si la luz al final del tunel es real, dentro del tunel caminas a ciegas, pero la luz marca tu meta por lo que no puedes equivocarte, es imposible tropezar, y al llegar... Un jardín lleno de flores de todos colores, pajaros bailando con sus alas entre ellas, árboles con animales hermosos posados entre sus ramas, y esa gente que vi, esa gente que me esperaba desde hace tantos años. De nuevo recuerdos...

El tiempo en ese lugar no se mide como aqui, no como lo conozco. Durante varias semanas estuve con ellos, deseando a cada minuto nunca tener que regresar, poder estar con ellos por siempre como algun dia lo habíamos prometido, pero sabía que no podía ser asi, y la agonía de renacer me destrozaba a cada minuto, volver a este mundo en el que no estan conmigo y no puedo estar para ellos era algo que no podría soportar. Así que les hice la petición que me permitieran quedarme con ellos, que mi cuerpo permaneciera sin vida en el lugar donde lo había dejado, y me llevaron ante el cosmos, y el cosmos me dió a elegir... Por un segundo dudé y mi duda marcó la negativa como un grito en el viento.

Después, la despedida, volver al tunel por el que venía, pero la luz ya no estaba al final, la dificultad de caminar a tientas con la luz de espaldas, con miedo a tropezar, caer y no poderte levantar, o simplemente no encontrar el camino y quedarte en ese lugar por siempre.

Lo mas dificil había comenzado, el renacer, abrir los ojos y sentir como la luz mas tenue me calaba en un dolor punzante hasta lo mas profundo de mi cerebro, sin poder respirar, sabía que tenia que hacerlo, pero no sabía como, todo mi cuerpo me dolía, no podía moverlo, la desesperación de tomar mi primer aliento era extrema, las lágrimas comenzaron a brotar mientras mis músculos se empezaban a mover, sintiendo un dolor que me quemaba incluso los huesos.

El primer aliento se siente como una explosión en el pecho, los pulmones se expanden al máximo chocando contra las paredes que los aprisionan, cada uno de los órganos internos comienza a funcionar y la sangre corre entre ellos para llevarles por fin el anhelado oxígeno, hambre, sed, desesperación. Mi estómago estaba vacío, tenía que comer algo, pero no podía hablar para pedirlo, asi que empece a llorar, sin poder levantarme pues mis piernas se movian solo al azar.

Por suerte él estaba ahi, me alimentó, me dio algo para beber y me ayudó a levantarme para intentar caminar.... Y asi fue que todo volvió a empezar.

KRACHT VAN WIJSHEID

lunes, 4 de enero de 2010

CAPITULO I: La llegada

Nisiquiera el oido mejor entrenado en el silencio absoluto y negro de la media noche le hubiera escuchado escalando las ardientes rocas, ni el mas experto rastreador hubiera podido seguir sus huellas casi invisibles. Con un último esfuerzo llegó a la cima, se puso en pie y cubrió sus ojos, no era solo el sol de invierno, cercano al medio dia, sino tambien el abrasador brillo de su reflejo en la arena lo que le irritaba la visión ya nublada por el cansancio.

Se detuvo un momento a para relajarse, disfrutando de la perspectiva que le brindaban sus ojos, de color miel, ahora mas tranquilos con la luz. Desde la punta de la piedra mas alta de Ixtla podia observar, a sus espaldas, su territorio, los dominios sagrados de su manada, una cálida y verde llanura que se extendía hasta el horizonte; y frente a él, el desierto, tranquilo y vacío excepto por el pequeño poblado que se alcanzaba a ver a unos cuantos kilómetros de distancia y algunos caminos marcados para llegar hasta ahí, pero Kracht no necesitaba de caminos para llegar a ese lugar, su recorrido estaba marcado por el paso de los días desde que había terminado el verano.

No debía permitir que nadie lo viera llegar, no debía permitir que siguieran sus pasos, porque las personas del pueblo no debían saber que él no pertenecía ahi, y su manada le castigaría de saber que se había alejado tanto.

Pero él iba por una razón; el último día de verano de ese año había visto caminando cerca de sus territorios a una familia -así es como en el pueblo les llaman a las manadas humanas- y los había seguido solo por precaución, pero conforme se acercaba a ellos pudo notar, entre los cinco humanos, a uno en específico, no tan alto como los mayores ni tan pequeño como los mas curiosos, y casi pudo haber sabido que era una hembra, por su cabello largo, su cuerpo curveado y fragil, y su rostro; cuan perfecto y hermoso era su rostro que penetraba hacia la memoria de Kracht por cada uno de sus sentidos lupinos. Así, ese día, sin poder apartar la mirada de tan hermosa criatura, siguió a los excursionistas hasta ese lugar al que llaman casa, y cada día, al medio dia, Kracht abandona su figura canina y camina sobre sus dos patas traseras hasta el pueblo sin ser detectado.

Y ese día no sería la excepción, por casi ya un par de meses había estudiado el idioma de los humanos, sus costumbres y sus territorios.

Emprendió de nuevo su marcha, sin ruidos y sin rastros, por la cálida arena que se sentía suave al rozar de sus pies. Siguió acercándose, veía carretas, tiradas por caballos -otro magnífico animal-, pasar por los caminos de entrada y salida a la aldea -¿por que el humano necesita tanto de los otros animales?¿no puede hacer las cosas con lo que la madre naturaleza le ha brindado en tan soberbio cuerpo?- Pero sus pensamientos debían estar centrados en su meta, no podía revelar su llegada.

Por fin, cuando el astro mayor anunciaba el medio día, llegó, y ella estaba ahí, sentada en una roca pequeña, haciendo lo que siempre hacía, departir hilarante con otras miembros de su raza, esperando el llamado de su manada -hora de comer- que para ella era como el aullido que proclamaba volver a casa.



.... Kracht